30 de agosto de 2011

Sábat: Héroes de la dependencia

Sábat en Montevideo
Caras extrañas
Jaime Clara
 Se inauguró el miércoles 24 de agosto, en el Espacio Cultural Contemporáneo
(Plaza Independencia 737) la exposición de pintura del artista plástico Hermenegildo Sábat bautizada "Héroes de la dependencia".
Durante el año 2010 Argentina celebró con bombos y platillos el Año del Bicentenario. Con menos bombos y menos platillos, Uruguay está, este año, recordando los 200 años del comienzo de las acciones independentistas. Desde la plástica, el caricaturista Hermenegildo Sábat (Montevideo, 1933) sumó un libro/catálogo y una exposición en Argentina, experiencia que ahora se repica en la orilla oriental.

La muestra, que fue expuesta en varios lugares de Argentina, está integrada 84 retratos pintados al óleo sobre tela, de 50 por 60 cms. Los dibujos fueron recogidos en un libro, que ocupa el lugar 27 en la variada bibliografía de Sábat. El primer libro, en 1971, se lo dedicó a Carlos Gardel, “Al troesma con cariño” y el penúltimo a Juan Carlos Onetti, “Pesimista militante”, en 2009. En el medio hubo de todo: desde jazz hasta dictadura militar, pasando por la apertura democrática, Martinez de Hoz, hasta Piazzolla, Troilo y Fernando Pessoa. Hace mucho que el caricaturista, radicado desde 1966 en Buenos Aires, genera sus propias publicaciones y muestras, porque renunció a integrar el circuito de galerías y certámenes, “del mercado ficticio de los curadores o sanadores, que hoy prescribe la moda o el curro”, declaró al suplemento ADN del diario La Nación. 

Son todos los que están

 
“Héroes de la Dependencia” está integrada por coloridos rostros que el espectador cree haber visto una y mil veces, sin embargo, Sábat admitió que no pretendió retratar ni caricaturizar a ningún personaje concreto. Contó que “estos personajes, a mi me llevan a pensar en la obra de Juan Carlos Onetti de quien fui compañero y él me considero su amigo. Él era un hombre que generaba personajes y había veces que retrataba gente que él conocía. En este caso, como tantas veces, uno sabe cómo empieza pero no cómo termina. Entonces, empiezo bocetando sobre la tela, ya que no trabajo sobre bocetos previos, pero una vez que lo doy por terminado, en algunos casos me recuerda a algunas personas a las que yo conocí. Pero esto es absolutamente casual. Y esto no significa que yo esté preparado que mucha gente me va a decir que yo quise hacer a alguien en particular. Pero uno tiene que quedarse tranquilo y los muchachos también.” Estos sugestivos héroes podríamos ser todos o el propio Sábat, que admitió que tiene su alma en relación de dependencia. “Estamos rodeados de personas con un heroísmo ignorado”. Esas “cabezas” como suele llamar a esos cuadros, pertenecen a un imaginario muy personal que parece rozar, a veces, algunas perversiones sobre el poder. Y no es porque las dibuje expresamente, sino que lo sugiere a través de una paleta inteligente. 
En el prólogo de la edición argentina del libro, Elba Pérez describe que “son hombres con escasa representación del cupo femenino, aunque no faltan. Vienen en formato asimilable a la foto carnet de los documentos, en este caso de identidad espectral. Son frontales, sin perfil fotogénico, captados en muecas y distorsiones expresivas en pávida, estólida, o en ausencia de emociones expresadas facialmente. Vienen con o sin anteojos pero es la mirada el común denominador. Miradas esquivas, ambliopes, erráticas o confrontativas, enmarcados por la montura de los lentes, miradas asestadas o vulnerables, rara vez plácidas. Estas miradas, estos ojos, devoran la faz de cada héroe de la dependencia. A esta invariable acompañan los rictus a menudo crueles de labios despectivos o asqueados, las narices que, alguna vez se aplastaron contra el vidrio del escaparate que era fugaz visión de un mundo mejor. Son truchas, en la primera y porteña asignación que derivó sin yerro en el adjetivo de falso. Pasados los años –y mil desengaños tangueros- la faz curtida –la trucha- revela la magnitud del daño, de la pérdida, de una entrañable posibilidad mejor.”

En el texto de la edición uruguaya, Jorge Abbondanza, escribe que “los héroes de la dependencia que ahora retrata no son individuos con identidad personal, sino con rasgos genéricos que se funden en ellos como denominadores comunes, insinuando de cuántas maneras la huella de la realidad y el paso de los años imponen a esos rostros un sello igualador, una mirada turbia o alucinada y un gesto a menudo agrio, en medio del desfile donde las escasas sonrisas compiten desventajosamente con las bocas contraídas o con algunos gritos, sombreados por el rastro de una decrepitud no solo externa. En las buscadas notas de fealdad y ocasional grotesco, en los indicios de una deformidad que Francis Bacon aprobaría muy complacido, hay reflejos de la observación penetrante, la sagacidad y la perversa distorsión facial que son los acentos de la caricatura, un género en el que Sábat se ha ejercitado victoriosamente durante décadas.”

 
Periodista dibujante

“Podré ser un pésimo periodista y un peor dibujante, pero estoy seguro de que soy un buen demócrata”, dijo durante la presentación del libro, en Buenos Aires. Defiende su trabajo aunque tiene claro del momento que se vive. “El día en que ya no se publiquen dibujos políticos va a pasar lo mismo que en los Estados Unidos: los editores del gobierno aprietan a los dibujantes porque tienen miedo de que los aprieten a ellos. La caricatura política allá esta moribunda. A veces pienso que pertenezco a una raza que se extingue.”


La fama como caricaturista de Menchi Sábat superó fronteras, sin embargo se define como periodista, oficio que ejerce desde que ingresó al diario Acción, invitado por Jorge Batlle. Allí estuvo algo más de dos años. En 1957 comenzó a trabajar en El País. “Entre 1957 y 1965 hice de todo en el diario: fui redactor, titulaba, diagramaba, sacaba fotos, trabajaba en el taller... Dibujaba a veces, pero llegué a ser secretario de redacción general. Cuando me confirmaron en ese cargo dije que no y me vine a Buenos Aires.” Esta experiencia fue fundamental para su dibujo. “Ahí aprendí a pensar como periodista. Esa es la diferencia: pensar como periodista. Porque si no, uno es ilustrador. Puede ilustrar bien o muy bien pero nada más. Lo importante es pensar como periodista. Y concentrar la cosa de modo tal que se pueda eliminar la palabra, que el dibujo transmita algo que pueda ser comprendido. Es difícil, no se da todos los días. Además, hay muchos momentos de gran monotonía informativa, está "la calesita", situaciones que se repiten perennemente, que uno las puede predecir, incluso.”

 
El nuevo libro/catálogo está lejos de caricaturizar la noticia cotidiana, como lo hace día a día en Clarín. Son pinturas y Menchi tiene bien claro lo que significa pintar y así lo explicó en 2007 a la revista Realidad Económica. “Yo creo que hay tres escalones en lo que podría llamarse la construcción de un trabajo pictórico. Suelo decirles esto a mis alumnos. El primero, el inicial, que no puede obviarse de ninguna manera, es el reconocimiento de los materiales. Uno tiene que partir del principio. Primero: es una profesión sucia, te ensuciás, te vas a ensuciar las manos, eventualmente la ropa. Hay que ensuciarse. Con todo tipo de materiales, lápices, carbón, tintas, témperas, acrílicos, óleos... Número dos: y ahí ya se abre una llanura inmensa, interminable, que es el quoi faire, es decir, qué vamos a hacer, una cuestión que siempre se presenta cuando uno enfrenta la tela blanca o la página vacía: qué hacer. Tres: yo siempre recuerdo esa frase maravillosa de Bracque que tengo anotada por acá: ‘El cuadro está terminado cuando la idea desapareció’. Es una especie de principio. Uno es juez permanente de lo que está haciendo. Y tiene que serlo. La labor de un cuadro es como cualquier trabajo, hay que empezar y hay que saber cuándo uno está en condiciones de hacerlo. Afinar la propia mano, el propio discernimiento y el propio juicio de valor de lo que uno hace, son una cantidad de cosas que intervienen. Pero en el momento de hacerlo uno no puede ser juez y parte. Hay que hacerlo y chau. Ahí no es posible ponerse en maestro Ciruela. Uno tiene que hacerlo. Al día siguiente sí, uno se despierta y va a mirar lo que uno hizo, eso es otra historia.”

 
Mark Twain dijo que “todo hombre es como la Luna: tiene una cara oscura que a nadie enseña”, y Sábat en estos sugestivos héroes de la dependencia, encuentra la cara oscura de personajes que probablemente, sean oscuros, aunque gracias a los colores, brillen con luz propia.

Palabras ausentes

Para definir sus pinturas, Sábat dice que “en general hago cosas que tienen que ver con el hombre, con la figura humana y la cabeza humana. Y a veces tengo problemas con la denominación de los cuadros. Es decir, en mi trabajo no hay palabras. Pero a los cuadros hay que identificarlos, hay que ponerles título. Y se arma lío siempre con eso.Otra vez lío con las palabras. Yo me vi en aprietos hace unos años cuando hice una exposición en el Museo de Artes Visuales de Montevideo y había incorporado una serie de figuras femeninas. En el catálogo —no sé por qué, yo creo que eso es un arbitrio de cada uno— dediqué esa exposición a la memoria de Juan Carlos Onetti. Entonces apareció una mujer del semanario Brecha que se enojó con los títulos de los cuadros y además decía que Onetti era misógino. Yo le había puesto a los cuadros "Mina de tal cosa", "Mina de tal otra" y a uno le puse "Mina de Chuquicamata". Y entonces me dio una clase acerca de que la mina de Chuquicamata prácticamente ya no existía, en fin, y todo —insisto— tiene que ver también con la razón inicial por la cual yo no les pongo palabras a mis dibujos, la gente se pelea por las palabras. Entonces ¿qué hay que hacer, ponerles números romanos a los cuadros? De alguna manera hay que ponerles algo.”

Texto publicado en el suplemento cultural Pandora de "Ultimas Noticias". Sábado 27 de agosto de 2011.

No hay comentarios.: