21 de febrero de 2014

Horacio Quiroga

El 19 de febrero de 1937 moría Horacio Quiroga. Este poema integra el poemario Es inmensa la noche, publicado por Estuario Editora.


LOS ÚLTIMOS MINUTOS DE HORACIO QUIROGA

Su mano no tiembla
aunque haya veneno en el vaso.

Acaba de mantener relaciones carnales
con una enfermera,
bastante más joven,
que lo admiraba lo suficiente
como para solamente
dejarse abrazar y besar
por el maloliente y
despeinado barbudo de la sala 35,
según se le conocía por el resto
de los funcionarios del hospital.

El cóctel de medicamentos,
que mucho razonó y creó,
es una bebida mortal
y él lo sabe.

Respira profundo
llenando de aire viciado y de vida enferma
los pulmones.
Mira a ninguna parte,
creyendo encontrar algo de verde naturaleza
en la mugrienta y gris sala del hospital,
más silencioso que de costumbre.
No está el sol,
viejo compañero de tantas rutas.

Hace tiempo que nadie lo viene a visitar.
Mujer no tiene.
Sus hijos ocupan sus mentes en otras cosas.
Sin embargo
no es lo que le preocupa.
Cree que debió quedarse en su casa,
pero el dolor de su cuerpo era insoportable,
le llegaba hasta el alma.
Todo el alcohol a su alcance
no llegó a aliviarlo nunca.
Acostumbrado a tantos dolores
aguantó lo que pudo.
Pero no lo logró.
Perdió una vez más.

Dejó el hogar,
que nunca fue suyo,
sino de sus locuras
y las de sus hijos.

Quizás jamás se debió alejar
ni de su ciudad, ni de su país.
Seguramente si se hubiera quedado
no habría sufrido tanto.
Vivió inestable y fracasado.
Siempre estuvo convencido
de que nació para sufrir.
Y así lo contó.

Inventó historias
—y amores— terribles.
Como la vida.
Como su vida,
que ahora depende
de su mano derecha.

Es la hora del final.
Bebe.
Son lentos y profundos
los cuatro tragos.

Y cesó de respirar.

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